13 marzo 2010

LAS CEREZAS

Salieron a pasear como cada tarde, carretera abajo, era una tarde soleada y bastante calurosa, pero los árboles hacían que el paseo bajo la sombra fuera más agradable. Las tres iban riéndose de unas cosas y de otras y cuando no decían nada podían escuchar el canto de los pájaros y los grillos, además del ruido del agua en el río. Era lo que tenían las tardes de julio a esa hora, que se podía disfrutar de la tranquilidad más absoluta.

Cuando llegaron al puente, decidieron dar la vuelta y regresar al pueblo, sin prisa. Y así iban, despistadas, entretenidas con su conversación cuando de pronto Celia les señaló algo. Encima del muro al lado de la carretera estaba la rama de un cerezo. Rota. Alguien tenía que haberla dejado allí, era obvio. Se acercaron porque no era una rama cualquiera, era la rama más llena de cerezas que habían visto en su vida. Cerezas rojas y con una pinta deliciosa que invitaban a ser probadas. Se miraron, miraron alrededor y riendo se sentaron en el muro y empezaron a comer.

Por un lado estaban las ganas de saborear cada cereza. Eran dulces y sabrosas. Pero también estaba el miedo a ser sorprendidas por el "dueño". Quien quiera que hubiese dejado allí semejante manjar no debía estar en sus cabales. O jamás imaginó que iba a pasar alguien por allí en ese momento. Pero ellas tuvieron esa suerte y entre las tres disfrutaron de uno de los atracones de cerezas más grandes que se habían dado en mucho tiempo. Cuando terminaron, tiraron la rama detrás del muro y siguieron caminando. Se preguntaban quién había dejado las cerezas allí, y lamentaban la desagradable sorpresa que se iban a llevar si tenían pensado regresar a recoger la rama más tarde. Pero ¿qué podían hacer ellas...? Las cerezas estaban tiradas, tenían un aspecto de lo más apetitoso y aparentemente no tenían propietario.

Cuando estaban a punto de llegar se cruzaron con la señora Benedicta, que saludó y les dijo que iba a recoger algo que había dejado. Las tres se miraron y su pensamiento fue el mismo. ¡Las cerezas! Se despidieron disimulando y en cuanto la perdieron de vista, comentaron entre risas el chasco que iba a llevarse si esperaba encontrar las cerezas, en caso de que hubiera sido ella. Desde luego, tendría que darse cuenta de que sólo ellas podían haberse llevado la rama, pero como nunca les dijo nada, jamás supieron si era suya o no, ni el motivo de que alguien dejase abandonado semejante delicia.

(Basado en hechos reales)